lunes, febrero 13, 2017

Juan de Recacoechea : Cronista de historias negras








Por Juan Carlos Flores - escritor

Juan de Recacoechea, maestro en el arte de contar novelas negras, abandonó el cuerpo hace unos días pero dejó intacto el espíritu de su obra para que nosotros, los simples mortales, recordemos de qué están hechas sus palabras, sus historias y sus personajes. El silencio es poco para recordar a este artesano de las letras, como poco resulta una elegía o una condecoración.
Recacoechea enarbola el “nocturno paceño” y lo hace lucir orgulloso en cada página de sus novelas, sobre todo de aquellas que hablan específicamente de Chuquiago Marka. Hay ocasiones, como ésta, en las que cuestionamos por qué un escritor de la talla de Recacoechea no fue leído por los jóvenes en las escuelas. Y es que la buena literatura va dejando de a poco este mundo para que en su reemplazo se yergan sin vergüenza pastiches y libros de aeropuerto.
El cronista de la novela negra anduvo solo por caminos que únicamente sus personajes conocían. Esta soledad le sirvió para crear un reflejo oscuro de las ciudades que duermen. En la novela Fin de semana retrata París en los años 60, y en La mala sombra explora el lacerante problema del tráfico de cocaína. Toda una noche la sangre versa sobre el asesinato del sacerdote jesuita Luis Escandell, por lo que quedan pocas dudas de que se basaba en un hecho real: el rapto, la tortura y el cruel asesinato de Luis Espinal. Recacoechea crea y recrea con tal destreza los acontecimientos que hasta Antonio Sivalic, otro de los personajes de la novela, se vuelve real, creíble y hasta diríamos que de carne y hueso para transformase en el protagonista.
Por esas andanzas va contando este quijote de la noche los relatos más disímiles e inverosímiles que guardan las calles de La Paz. En American Visa —una novela que fue traducida al inglés— asistimos a una sucesión de hechos y de conceptos que escudriñan la noche paceña. A Mario, el protagonista, Recacoechea lo encontró fugazmente, real, pálido y tembloroso haciendo fila para sacar una visa en la Embajada de Estados Unidos. No lo volvió a ver excepto en su imaginación pero esa casualidad le sirvió para crear un personaje. A Blanca, la otra protagonista de la novela, la descubrió en un cabaret allá por la zona del Rosario.
Entonces se conjugó la estructura de la novela y la historia fue tomando cuerpo propio. Luego Juan Carlos Valdivia llevó al cine American Visa, y entre la película —que salva el tema central de la novela de la búsqueda de una ilusión— y el libro existen ciertas diferencias, pues director y escritor son artista que llevan a los personajes por diferentes caminos.
El diseño de las palabras no tiene límites, y mucho menos los tiene la creatividad. Recacoechea fue hilvanando una por una las ideas, fue encadenando las historias y el sentido subyacente de los personajes. Altiplano express apareció en 1999 y fue finalista del Premio Nacional de Novela. Aunque no ganase el primer lugar consiguió posicionarse en el gusto de los lectores. Alderete, un personaje detestable e insufrible, acababa de casarse con Gulietta, la hija de un empresario minero. Un tercero, Ricardo, entra en discordia. El amor y el misterio se irán desvelando, mientras un viejo tren desciende desde las montañas hasta la costa de Chile. Este relato fue elogiado por la revista Book Review del periódico The New York Times y por el diario Boston Globe.
La paráfrasis es buena si logra su cometido: identificar perfectamente la historia de una narración. París no era una fiesta consigue cumplir esa función. La Ciudad luz no era en los años 60, en efecto, para los latinoamericanos de escasos recursos. El escritor conmueve, cautiva y cuenta las peripecias de dos bolivianos: uno luchando por sobrevivir y otro tentando de forma maliciosa su suerte.
Las abstracciones y los ensimismamientos suman y siguen en la obra fecunda del autor de novelas negras como Kertin, Abeja reina y, su última narración, La Biblia copta. Juan de Recacoechea ya no está físicamente entre nosotros. Deja a las palabras huérfanas de él y a nosotros huérfanos de su prolífica labor. Aquí acaba la vida de un paceño y comienza la leyenda de un gran escritor.
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